Archivo mensual: abril 2011

ESTE AÑO NO HABÍA MARINEROS

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No soy devota, no soy atea y creo en lo que me hace falta creer para seguir viviendo sin desesperación.

Hace años un miércoles Santo estaba ingresada en un hospital con la cabeza rapada y los ojos amoratados. Sin apenas carne en mi cara, sólo me quedaba una gran sonrisa de dientes quebrados que la ocupaba entera. El día no prometía mucho. Mi madre sentada a los pies de la cama, vigilaba mis progresos. Dos compañeras de habitación y un montón de amigos que entraban y salían intentando disimular la impresión que causa ver la fragilidad del ser humano. Realmente no era el mejor plan para un día festivo. En extraño guiño a la realidad tangible, mi mente se distraía paseando por las calles que estarían invadidas de marineros de San Fernando. Yo no podría ir a ver la virgen del Rosario encerrarse en Santo Domingo y no los oiría cantarle la Salve marinera. No lo haría en cuerpo, pero nada impedía revivir el recuerdo, incluso soñarlo con mejoras. Cientos de almas expectantes observarían en silencios rotos por las ordenes escuetas del capataz la entrada triunfal de la imagen. Paso adelante, dos atrás. Baile lateral y la música llenando el poco espacio entre cuerpo y cuerpo. Cada uno pensando en sus cosas, unas más místicas, otras más profanas. Un montón de energía en suspensión, quizás diferente a la de cualquier otro espectáculo que reúna a un puñado de personas acompasadas para la misma acción. Quizá igual. A mí me gusta la que siento allí.

VUELVE A ILUMINARTE ESTRELLA

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Hay veces que uno no sabe porque de la risa se pasa a la mueca y sin darse cuenta a las lágrimas. De repente las cosas empiezan a torcerse y algo estupendo se vuelve gris; sólo surgen complicaciones, reproches y desconfianza. Lo fácil, preguntar se obvia y nos concentramos en lo difícil, adivinar, sospechar. Tenemos tanto miedo al rechazo que antes de  sentirlo ya lo estamos imaginando, sufriéndolo. Se nos olvida el creer porque sí. Cuando no se confía  ¿qué sentido tiene lo demás?

LA VISITA

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Regresó con la ilusión intacta. Venía de un mar donde el camino es llano y el frío no llega. Traía los recuerdos frescos, las intenciones en fila. Llegó y el cielo no le favoreció. Dejando más agua de la esperada, las nubes espesas velaron la luz. Cayó la temperatura y hasta un húmedo viento desconocido, llegó sin invitación.

A su alrededor las hormiguitas, en actividad continua, le echaban pocas miradas. De vez en cuando las oía decirle   un: -ponte aquí- , -vete allí-. Por fin se decidía y salía en busca de los lugares de antaño. Nada más pisar la calle: los pies helados. La amenaza de lluvia no cuajaba pero tampoco le daba certidumbre. Andaba despacio. La suspensión fallaba y de los amortiguadores ya no quedaba ni su nombre. Las calles eran demasiado bulliciosas, antagónicas a su itinerario marino. Asediado por las fauces del metro en construcción, paseaba sin complacencia. Aquello que tenía en la memoria, ya no estaba o al menos él no lo reconocía. Su alegría por la vuelta se había esfumado y ya sólo quería volver. Volver allí donde nadie le decía en que sitio colocarse, ni si debía salir o entrar. Allí donde era dueño y señor. Allí donde él también era una hormiguita laboriosa en su ir y venir.

EL AMOR

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Escuchando una canción me ha dado por pensar. He empezado a describirlo en mi mente y he encontrado…

En medio de la cotidianidad mis ojos miran al infinito y ahí está él. Imagino su cara, sus ojos, su sonrisa, su olor. La ternura es tan grande que siento todo el cuerpo untado en una dulce pomada de un aroma tan penetrante que me mantiene narcotizada. Una amalgama de sensaciones invaden mi mente que no sabe a cuál atender y opta por bloquear toda acción. Llámalo mariposas, cosquillas, pajaritos, invéntale un nombre, pero si se pudiera comprar estaría agotado. Son susurros de una caracola al oído , llantos de desesperación como los de un bebé con hambre, los gritos del que ha sido obligado a permanecer en silencio toda su vida. Es un ansia eterna de nada y de todo. Una gran desazón me muerde la boca del estómago. Su ausencia se me hace eterna. Estando con él, vuela el tiempo sin peso ni forma. Pasan las horas y para mí sólo fueron segundos. No hace falta hablar, las palabras son pensamientos compartidos. En los abrazos el encaje no deja resquicio. Las pieles se reconocen fundiéndose como si siempre hubieran sido una sola.  Lo besos se añoran, no cansan, aún por cientos, son el agua del desierto. No se extraña porque somos uno, más grande con más presencia, perfeccionado.

Y podría ser el estado ideal si no fuera tan volátil, tan inestable… mientras merece tanto la pena que casi no concibes la vida sin él.

VIAJANDO

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He recibido tres propuestas para pasar un rato. La luna, el fondo del mar y el Polo Norte.

El Polo lo dejaremos para un ataque de indiferencia cruel. El fondo del mar para cuando nos sintamos románticas y solitarias. Es una noche tranquila, me inspira más la luna. Va a ser difícil. No he pensado nunca en ella como un sitio al que quisiera viajar. Tendré que desear, luego imaginarlo.

La primera idea es calma absoluta. Igual no es así y soplan unos vientos huracanados que te arrancan la cabeza de cuajo. Pero como yo de astrofísica no entiendo y esto es pura ficción puedo escribir lo que me plazca. Sigo…

Acabo de llegar, no sé muy bien cómo pero el caso es que estoy aquí. Los viajes astrales deben haberse desarrollado hasta el infinito y yo no me he enterado. No es lo que esperaba. Siempre creí que estaría en penumbra y llena de cráteres  grises y oscuros con picos afilados. Sin embargo me rodea una deliciosa luz plateada y piso una arenilla fina, fina de un delicado rosa anaranjado. Me da vértigo mirar al cielo. Hay una fiesta y todas las constelaciones están invitadas. Ahora que me fijo, no llevo zapatos. La arena está templada, me gusta su contacto con mis pies desnudos. Otra observación, no floto, deben haberme autorizado la gravedad. Camino despacio, sin rumbo pero con gran decisión. Inexistencia de olores. Se escucha el silencio. Nada se mueve excepto yo. Me embarga una dulce placidez. El sosiego es la descripción exacta para mi estado de ánimo. Algo me impulsa a levantar la mirada. Son estrellas fugaces. Caen demasiado rápido, no me da tiempo a pedir todos los deseos.  Pido el mismo a todas.

Me gustaría seguir andando y darle toda la vuelta, ver la tierra… pero los bostezos me atrapan, los ojos se me van cerrando sin casi querer. Ahora sí oigo algo, una melodía, tiene una cadencia serena, equilibrada… Soy yo. Es mi espíritu tranquilo.

 

CUANDO LA VIDA NO ES SUEÑO SI NO VIDA

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Hoy estoy en la playa, en realidad no, pero quiero pensar que sí. Tendré que recordar otras veces para poder plasmar en palabras las sensaciones y mezclando las imágenes describiré el sentimiento, o no. Probablemente a penas consiga transmitir la frustración de quedarme trabajando sin ningún paliativo a cambio y difícilmente llegue a aproximarme a la verdadera experiencia de tumbarme al sol escuchando las olas y sintiendo la brisa y el calor de la arena.

Ya no estoy frente al mar. Ha dejado de apetecerme la idea. La verdad es que estoy enfadada y contra eso lo mejor es lanzarse al agua sin miramientos y empezar a pegar brazadas dirección al horizonte. Está en calma, no demasiado fría y la corriente no te arrastra en ninguna dirección en particular. Se ve el fondo con claridad. Puedo nadar hasta  que mis brazos resistan, descansar mirando a la playa desde la lejanía y volver con parsimonia a mi toalla en la orilla. Es la mejor terapia que conozco contra la rabia injustificada, o no, que me araña el estómago.

Con el calor del sol secándome la espalda me encuentro mejor, un poco más en paz. No era para tanto. Una rabieta de niña mal criada y mimada. Mucho mejor ahora. Le doy un aprobado a mi día imaginario. Más, tampoco se merece.

 

CUANDO «LA VIDA ES SUEÑO»

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¿Qué pasaría si un día hicieses eso que siempre propones pero para lo que nunca parece haber tiempo?


A una hora nada temprana intuyes la luz a través de las persianas. El sol está radiante y no duda en meterse por cualquier resquicio por pequeño que sea. Abres con temor un ojo y ves que has dormido hasta las diez. El reloj te mira serio y tu te ríes en su cara. Ya con los ojos abiertos recuerdas que hoy vas al campo y recordarlo te produce un cosquilleo de bienestar. Retozas en la cama un rato y cuando ya no se puede apurar más, te levantas para desayunar un montón de tostadas de mantequilla (Puleva con sal, es importante el detalle) y un estimulante café con leche muy calentito. Sigues estirándote en el sofá mientras pones música, lees el correo y miras lo que han hecho tus amigos en el face. Ducha y a la calle.
Hace un día impresionante. Más que primavera parece principio de verano. Te has puesto una camiseta de tirantes, te has negado a embutirte en los vaqueros y no llevas medias para que el sol pueda tostarte las piernas. Has sacado del cajón las gafas de sol del verano y mientras bajas la calle la gente te mira con envidia. Tienes pinta de ir a pasar un día estupendo.
El ventorro está lleno de gente pero no hay que olvidar que hoy los astros están alineados para ti. El servicio de camareros es magnífico, la comida buenísima, el tiempo espectacular y la compañía: lo mejor…
Después, el paseo por el monte y el encuentro con la praderita donde Heidi y Pedro se tumbaban. Hasta los bichos te respetan, escuchas su zumbido atravesando tu espacio aéreo con rapidez para molestarte lo mínimo posible y de los que caminan ninguno osa trepar por tus extremidades, a pesar de que estás tumbada encima de sus casas.
Ya puedes decir que tú también has subido al Trevenque, no estás propiamente en él, pero estás a su altura, justo en frente. Sí, es cierto que tú has subido en coche, pero aquí no se juzga la deportividad, sólo el placer de ver las montañas intimando con el cielo, sentir la hierba pinchándote los brazos desnudos y oír a los pájaros entonando su amoroso trino a ver lo que pillan está temporada.
Regresas a casa cansada, con la cara quemada, los brazos llenos de arañacitos, un montón de piñas que no has podido resistir la tentación de recoger, sin saber muy bien para que las vas a querer y sobre todo una armonía interior que ilumina tu mirada y esperas que te dure para siempre.
Si esto no es la felicidad, yo me conformo.

ENTENDIMIENTO EN LA PRIMERA CITA

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Nunca se me habría ocurrido. Me lo habían recomendado por sus grandes virtudes, aunque no me convencían con sus argumentos. Al final el «destino» me llevó hacia él. El primer encuentro no sé muy bien como sucedió. Fue completamente inesperado. Yo sólo quería intercambiar recursos, compartir programas. Surgió la reciprocidad en las preguntas, al final un número… y de pronto sin más: la conexión. Estaba dentro de mí, con acceso directo a mi alma. No pude hacer nada. No me resistí. Dejé que me diera un repaso completo y al final acepté. Que otra cosa si no. No me arrepiento. Ahora sabe todo lo que guardo en mi móvil. Ha sido una experiencia increíble. Es diferente. No había conocido a nadie como él. Rápido como un rayo. Delicado como la seda. Duro como el acero. Sensible como el cristal. Cuánto más lo miro, lo toco… más me engancho. Pronto no podré vivir sin él, lo presiento, casi tengo la certeza. Se convertirá en una necesidad. Será él o ninguno. Tendrá mi fidelidad para siempre.

Mi Mac de aluminio. Alucinante. No hay comparación posible.